Cambio climático: especialistas de FCQ abordan el fenómeno que ya se siente en la piel

Desde el Departamento de Fisicoquímica, a través de grupos como el que integra Maximiliano Burgos Paci, laboratorios específicos y la Especialización en Química Ambiental, la Facultad viene llevando adelante instancias de formación y líneas de investigación vinculadas con el ambiente y las consecuencias del cambio climático.

Más allá del aumento de temperatura, otros equipos también abordan el impacto del desastre climático en plantas, cultivos y la soberanía alimentaria. Georgina Fabro, por ejemplo, analiza desde su laboratorio en el Departamento de Química Biológica cómo generar plantas resistentes a este fenómeno y estrategias biotecnológicas que permitan mitigar sus efectos en la producción agrícola.

El cambio climático es una realidad y la ciencia así lo demuestra. Desde hace años, en Córdoba también se viene estudiando esta problemática a través de investigaciones emprendidas desde la Facultad de Ciencias Químicas (FCQ), de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). “El clima de una región es la resultante de una infinidad de procesos atmosféricos y geofísicos. Estos procesos son dinámicos y los cambios ocurren en diferentes escalas de tiempo, que van desde las horas, las estaciones, los años y las edades geológicas. Sin embargo, cuando hablamos de cambio climático nos referimos al efecto que producen las actividades humanas en el clima”, explica el docente e investigador Maximiliano Burgos Paci, del Departamento de Fisicoquímica y del Instituto de Investigaciones en Físico-Química de Córdoba (INFIQC), de CONICET-UNC. 

Semanas atrás, el Servicio de Cambio Climático del programa Copernicus (C3S) informó que julio fue el mes más caluroso registrado sobre la Tierra, con temperaturas récords en el planeta en lo que va de 2023. Las advertencias del Programa de Observación de la Tierra de la Unión Europea son una muestra clara, y de carácter científico, de que el cuidado ambiental es un tema pendiente al que los países deben poner varias líneas más arriba dentro de la agenda de prioridades que se viene discutiendo a nivel mundial. 

“Está demostrado científicamente que la inyección a la atmósfera de compuestos químicos como el dióxido de carbono (CO2) y el metano (CH4), entre otros, debido a procesos de la actividad humana, ha producido un incremento de estos gases por encima de sus niveles naturales y eso viene impactando en la temperatura promedio del planeta, con consecuencias directas en el clima”, explica el científico de la FCQ especializado en técnicas espectroscópicas aplicadas al estudio de compuestos de interés ambiental.

Si para muestra basta un botón, como decían las abuelas, a esta altura los problemas generados por el cambio climático ya han logrado conformar una mercería entera, a pesar de que algunos referentes a nivel mundial le quiten importancia o lo nieguen, tal como sucede con el “negacionismo climático”.

Inundaciones inéditas y el invierno más caluroso de la historia de Brasil, más de 14 millones de hectáreas quemadas en los incendios forestales sin precedentes de Canadá, el verano boreal más tórrido de todos los tiempos y las víctimas fatales por el fuego en Maui (Hawái) son algunas evidencias más recientes de la crisis climática. Una situación que días atrás, António Guterres -secretario general de la ONU- explicó con una frase contundente durante una cumbre en Nueva York: “La humanidad ha abierto las puertas al infierno”.

“El cambio climático es un problema global, pero sus efectos son a toda escala y tiene componentes muy distintos como industriales, económicos y sociales –explica Burgos Paci- Este año, por ejemplo, se registraron temperaturas récord en el planeta. Esto provoca que, con mayor frecuencia, tengamos fenómenos meteorológicos extremos como sequías, grandes incendios o, todo lo contrario, inundaciones devastadoras”.

En Argentina, el cambio climático también está dando señales que en 2023 se hicieron notar en la economía, como fue la sequía, un problema que afectó de manera considerable a la ganadería y a la agricultura, una de las principales actividades en el caso de Córdoba. A su vez, estas condiciones pueden llevar a que “los incendios se vuelvan más probables de ser provocados y sean más difíciles de controlar”, según el científico. 

Con aires cordobeses

Desde hace varios años, todas estas características del cambio climático que provocan escozor cada vez que ingresamos a los portales de noticias, vienen siendo abordadas en laboratorios especializados de la FCQ y en espacios de formación como la Especialización en Química Ambiental, creada en 2013 por un grupo de docentes e investigadoras/es formados en diferentes ramas de este campo del conocimiento. 

La tradición de investigación en química ambiental dentro de la Facultad incluye, por ejemplo, a líneas vinculadas con la química atmosférica, donde se realizan estudios sobre los mecanismos de degradación de sustancias, la dinámica y composición de aerosoles y simulaciones computacionales sobre la distribución de compuestos en el aire, entre otros temas. 

En el caso de Maximiliano Burgos Paci, su grupo de investigación está radicado en el Departamento de Fisicoquímica y se ocupa de aplicar técnicas espectroscópicas para estudiar degradaciones térmicas y fotoquímicas de sustancias gaseosas halogenadas. “También estamos incursionando en el uso de herramientas satelitales para estudiar la distribución de compuestos de origen biogénico en Argentina”, describe este científico quien, junto a Magdalena Monferrán, representa a la Facultad en el Consejo Directivo del Instituto Superior de Estudios Ambientales (ISEA) de la UNC. 

Dentro de este grupo de investigadoras e investigadores vinculados con la química ambiental también hay otros referentes como Fabio Malanca, Mariano Teruel, Belén Blanco y Valeria Amé, directora de la Especialización que dicta la Escuela de Posgrado. En algunos casos, sus trabajos son abordados desde el Laboratorio Universitario de Química y Contaminación del Aire (LUQCA), que funciona en la planta baja del Edificio Ciencias I. Si bien no todos los equipos científicos están abocados al estudio del cambio climático, sus investigaciones sobre contaminación y las condiciones del aire y del agua en Córdoba resultan un aporte fundamental para otras líneas relacionadas con ciencias del ambiente.

Más allá del termómetro

Cada vez más especialistas coinciden en que la agenda del cambio climático requiere de nuevas políticas públicas y medidas que pongan frenos de manera urgente para pasar del semáforo rojo a un semáforo negro, para hacer un paralelismo con los colores que emplean los mapas de los servicios meteorológicos cada vez que tienen que señalar las temperaturas de una nueva ola de calor.

Pero el cambio climático no sólo se siente en el cuerpo, sino que su complejidad es tal que afecta a la salud de las personas a partir de la proliferación de enfermedades, y a las economías regionales, entre otros ejemplos, provocando mayor desigualdad social. Estos aspectos suelen ser analizados desde distintos enfoques científicos. Además del estudio del aire, existen otros vinculados con el agua en sus diferentes estados y con el desarrollo vegetal, en muchos casos focalizados en los cultivos.

 “Alerta por el cambio climático: el hielo marino en la Antártida llegó a un mínimo histórico este invierno boreal”, titularon varios portales de noticias, como Infobae, hace algunos días, centralizando la preocupación esta vez en el hemisferio sur. Es que el avance de este proceso de deterioro ambiental también involucra el desarrollo de la vida de animales como pingüinos, por ejemplo, generando un efecto dominó que conlleva una cadena de graves consecuencias para la subsistencia en el planeta. 

“Estamos hablando de un fenómeno extremadamente complejo. En ese sentido, creo que la principal contribución es entender cómo se producen algunas de las sustancias que afectan el balance energético terrestre y cómo impactan en la salud de la población y de la vida en el planeta en general”, ejemplifica Burgos Paci. 

Desde Córdoba, la comunidad científica de la FCQ también viene advirtiendo sobre las consecuencias en cadena que el cambio climático puede provocar en distintas áreas, como en la producción de alimentos y, por ende, en la soberanía alimentaria, ya que facilita el surgimiento de enfermedades causadas por patógenos de plantas, los cuales afectan el crecimiento y productividad de los cultivos y el almacenamiento de sus cosechas, como en el caso de frutas y granos. 

“El aumento de temperaturas y la falta de agua, entre otros tipos de estrés, reducen las capacidades de defensa de las plantas. Los patógenos microbianos encuentran ventajas pudiendo ampliar sus rangos de huésped, infectar con mayor virulencia, reproducirse en mejores condiciones, atacar a nuevas especies de cultivos e, incluso, distribuirse por el mundo causando epidemias. A su vez, el monocultivo, la alta densidad de siembra, la fertilización exagerada y el uso de pesticidas sin control llevan a un empobrecimiento de suelos y de diversidad de organismos benéficos para la protección natural de las plantas”, explica Georgina Fabro, docente que investiga las interacciones moleculares entre plantas y patógenos desde su laboratorio del Departamento de Química Biológica “Ranwel Caputto”. 

Si bien las variaciones del clima resultan conocidas para el sector agropecuario, los cambios acelerados y la severidad de las sequías en los últimos tiempos han generado la necesidad de impulsar estudios científicos en este campo, lo cual ya viene realizándose en la Facultad. “Investigar cómo generar plantas resistentes a estreses bióticos/abióticos y conocer los mecanismos de virulencia de los microbios es fundamental para diseñar estrategias biotecnológicas que nos permitan mitigar los efectos del cambio climático sobre la producción agrícola, generar nuevas herramientas para predecir y remediar los impactos negativos y mediar en el conflicto entre preservar la biodiversidad y cubrir las necesidades nutricionales de una población creciente”, sostiene Fabro. 

A nivel mundial, el Acuerdo de París (2015) busca acelerar las acciones de los gobiernos ante la gravedad de la crisis climática, con el fin de establecer medidas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, cuyos mayores porcentajes son producidos tan sólo por el 10 por ciento de la población en el hemisferio norte, pero con consecuencias globales, lo cual ha despertado la reacción de movimientos englobados bajo el concepto de justicia ambiental.  

Desde la Universidad pública y gratuita, las y los científicos de la FCQ vienen sumándose al desafío global que representa la crisis del clima a través de la formación académica, laboratorios especializados y líneas de investigación que, a su vez, analizan el fenómeno con perspectiva local, entendiendo que, además de global, la acción climática constituye un esfuerzo colectivo. 

Sin embargo, a pesar de las alertas y de las actividades emprendidas para contrarrestarlo, el cambio climático sigue siendo tema de debate y hasta es negado por algunos sectores de la población. En esos casos, tal vez, baste con esconder el control del aire acondicionado o desenchufar el ventilador por varias horas para comprobar que este fenómeno, más allá de lo discursivo, ya está a flor de piel y lo hará aún más en los próximos meses.